La muerte que yo imaginé tenía algo de humana, sin llegar a serlo del todo. La imaginé ciega y muda, guiándose por el olfato.
De su rostro, por lo tanto, exageramos la nariz. Los labios, poco definidos, le darían el puntito de expresión para que fuese una muerte seria, firme,decidida.
El escultor Alfredo Guillamón esculpió la cabeza en barro.
Después hicimos el molde en escayola y, una vez seco, lo rellenamos de resina tintada de blanco y fibra de vidrio.
El resultado fue éste.

Después la vestimos y me enseñó su baile.
Y entonces, bailamos.